martes, 31 de agosto de 2010

LA HORA DE VELA EN LOS BOMBEROS MUNICIPALES DE GUATEMALA


En la antigua cabina central de los bomberos municipales, aparecen los oficiales Rony Véliz, Víctor Torres y Wuilmer Quintanilla. (Foto Jorge Molina-CBM)


Luis Assardo

El oficial Luis Assardo aparece como jefe de seguridad en un simulacro en el Puerto de San José (Foto Rony Véliz)

Tortura moderna, irritación nocturna, amargo espacio de tiempo, incómodo momento para noctámbulos, fastidioso despertar, inaguantable actividad que todo bombero debe realizar durante un turno de servicio.

Algunos se salvan, mientras a otros les toca doble –o triple-, según recita el libro de vela.

Es el clímax del sacrificio que diligentemente hacen pocos guatemaltecos en beneficio de miles de ciudadanos que duermen, se embriagan o trabajan en horas de sueño.

Mientras la población duerme hay, al menos, una persona despierta en cada estación de bomberos.

Los motivos son muchos, las historias todavía más.

Cuidar las unidades y el equipo, escuchar el ensordecedor silencio del radio durante la madrugada, esperar una llamada de auxilio, salir a recibir a las visitas de medianoche que piden ser llevadas a un sanatorio, o simplemente mantener los ojos abiertos para que no se desaparezcan equipos y herramientas de la estación.

Tal vez a algún jefe se le ocurrió que así debía ser, tal vez era un castigo, o pudo ser de común acuerdo entre los jugadores de fútbol.

Solo se sabe que ocurre, a diario, sin falta. Hasta libro con dedicatoria tiene. Un día intercalado se ve en ese libro el desfile de nombres que van rotando para desvelarse.

Es una necesidad, sin la hora de vela muchos jamás irían a atender emergencias. Los incendios, cuales ladrones, hurtarían manzanas completas.

Posiblemente veríamos a coleccionistas de lo ajeno conduciendo ambulancias. Son muchos podría.

Ese momento no es agradable por que interrumpe horas valiosas de descanso.

Es descanso tan necesario para el personal que les permite bajar el barranco “Las Guacamayas” colgado de una cuerda parihuela en mano a medianoche, jalar mangueras en un incendio declarado en el basurero de la zona 3, cargar a lo largo de una cuadra el motor de la quijada de la vida, o llevar en camilla una parturienta que vive en el fondo de la Colonia Forestal.

Algunos bomberos argumentan cuál es la pero hora de vela, muchos tienen sus preferencias. Unos prefieren que sea pronto, de doce a una de la mañana.

Otros prefieren de cuatro a cinco de la mañana, es como madrugar dicen. Lo único seguro es que la última hora es del jefe.

Así aprovecha para terminar de escribir el libro de actividades, revisar reportes y hacer su limpieza.

Lo que más detestan varios bomberos es que mientras velan no salen a las emergencias.

Reciben la llamada, anotan la dirección, encienden la luz, hacen sonar el timbre y despiden con la mirada la unidad que sale a atender una emergencia, tal vez la única del turno.

Cuando hay suficiente personal es bonito, hasta velan de dos en dos durante una hora.

Pero el problema surge entre semana, cuando no hay mucho personal voluntario.

Si hay pocos la hora de vela se alarga. Hay casos en que les toca velar hasta tres horas.

Claro, también hay casos en que si se comete un error en el servicio, lo pagan velando durante más tiempo. Aún así nadie espera que otro cometa errores, ni siquiera para que le toque velar más. Ese error puede ser la vida de alguien.

Quien no ha velado no es capaz de entender la desidia que produce.

Los segundos son eternos y más de alguno se ha dado a la tarea de adelantar las agujas del reloj.

Ese día el jefe termina sus actividades a las cuatro de la mañana y llama para pasar el estado de combustible cuando el jefe general de servicios aún tiene los ojos pegados.

Es en ese momento que todos se percatan que alguien veló menos.

Basta con revisar el libro, allí sale a luz quien hizo la travesura.

Mientras tanto el autor seguro logró dormir un par de minutos más.

A quien no le ha tocado ir a despertar a otro que tarda un siglo en levantarse.

Los que solo se sientan y se quedan dormidos, pero no se levantan. Hay que ir como ocho veces a decirles “te toca velar”.

Mientras hay otros que aparecen a la hora indicada. Es más, les toca despertar al que está supuestamente “velando”.

Nunca hace falta quien se queda viendo una película, escucha música o juega en la computadora.

Muchas cosas se pueden hacer en la hora de vela, pero bien aprovechada puede asegurarle una carrera universitaria a un bombero.

Muchos estudian durante ese periodo de tiempo, de hecho hay quienes velan varias horas cada turno para poder estudiar más.

Esas horas son especiales, nadie interrumpe. A excepción de algún perro, gato o consumidor de aguardiente que camina desvariando a media calle, que pide agua o donde dormir.

Se puede soñar con que se elimine, pero al hacerlo no se podrían tener tantas buenas anécdotas.

Posiblemente sería un total aburrimiento o un perfecto lugar de descanso.

Quien aguanta la hora de vela, puede llamarse bombero. Quitarla sería como pellizcarle la quinta escencia a la abnegación.