miércoles, 14 de enero de 2009

LA ANTIGUA GUATEMALA






Donde el tiempo se detuvo

Víctor González
Nuestro Diario

Las calles de Antigua Guatemala despiden a las últimas luces de la tarde y esperan la noche. Desde el volcán de Agua, la oscuridad desciende y trata de devorar las coloridas fachadas de las casas, sus patios internos y a miles de turistas que caminan sin rumbo capturados por la belleza colonial de la ciudad.
Es cuando miles de faroles se encienden. La ciudad se niega a ocultar su esplendor y permanece con vida, pero ahora ofrece algo distinto.
En el corazón de la Plaza Central, la fuente de las sirenas, ofrece desde 1739 su canto de agua. Alrededor, las luces resaltan los detalles de la portada de la catedral, los portales del Palacio de los Capitanes Generales y del Ayuntamiento.
Cerca está la Universidad de San Carlos, la tercera más antigua de América, que estuvo 100 años en Antigua hasta su traslado a la actual capital en 1776. “La universidad es el edificio laico más representativo, y sigue los patrones del ultrabarroco (estilo recargado)”, matiza Celso Lara, director del Centro de Estudios Folclóricos.
Al fondo, el arco de Santa Catalina muestra las puertas de restaurantes y cafés que arrojan a la calle el aroma de platillos típicos y dulces antigüeños a la espera de los visitantes.
La atmósfera paraliza el tiempo y transporta a los caminantes nocturnos a un sueño ocurrido hace más de 200 años.

Por la mañana:


Al alba, el Cerro de la Cruz despierta a una ciudad cubierta por un manto de nubes. En las calles, los intensos colores de las flores y de las paredes contrastan con la sobriedad de las ventanas de hierro, las recias puertas de madera, los aldabones de bronce y el empedrado irregular.
La mañana revienta en cada rincón de Antigua y el bullicio de decenas de autobuses con turistas sacude la mística de la madrugada ante la atracción del que un día fue un vasto centro de gobierno, religión y cultura en América.

Temblores:

Desde las ruinas del convento de Las Capuchinas, a lo lejos, el Templo de la Merced, que terminó de construirse en 1763, desprende su propia luz. Éstos, como la mayoría de los edificios antigüeños, cayeron con los numerosos sismos. Uno de los peores ocurrió el 29 de julio de 1773, que arrasó la ciudad.
Tras esto, los gobernantes decidieron cambiar la capital a la actual Ciudad de Guatemala. Pero este hecho también fue por causas económicas y sociales, pues “el rey de España estaba completamente endeudado y la única manera de que la corona se deshiciese de las deudas era trasladar la ciudad a otro lado”, apunta el historiador Celso Lara.
Quizás ese día, en un instante, el tiempo se paralizó en Antigua y desde entonces, el ambiente colonial ha permanecido inalterable.
Esplendor:

En 1543 fueron colocadas las primeras piedras de la ciudad en el Valle de Panchoy, sobre un plano en cuadrícula diseñado por el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli. Hacia 1773, la ciudad tenía 65 mil habitantes. Era una de las ciudades más esplendorosas del reino español en América, rivalizando con las de Quito, Ecuador; Lima, Perú; con Potosí y Cochabamba en Bolivia; Bogotá en Colombia y la ciudad de México.

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